En el reinado
- B M ULAJE
- 13 feb 2020
- 4 Min. de lectura
Saludos y bendiciones, gracia y paz mis hermanos.
En días pasados, en la conferencia del presidente se hizo referencia al tema de la situación del virus de Wuhan (2019-nCor), haciendo énfasis en que en el caso de México no había a corto plazo razón de preocuparse, sin embargo, en estos días los diarios informaron que las bolsas de valores a nivel mundial vivieron un “lunes negro” a raíz de la declaración de la OMS (organización mundial de la salud) de subir la alerta de moderado a alto el nivel de riesgo de pandemia por el coronavirus de Wuhan, generando un pánico bursátil que incluso repercutió en nuestra moneda, registrando un ligero retroceso con respecto al dólar.
Es frecuente que en estas circunstancias se dispare el nivel de catastrofismo, sobre todo en el ámbito evangélico trayendo a colación textos apocalípticos, citando incluso menciones literales al respecto como la del sermón profético donde textualmente se menciona a plagas y pestes previo a la segunda venida de Jesús (Mt 24:7).
Qué triste y paradójico que sólo en estas circunstancias nos venga a la mente algo relacionado al Reino de Dios y desgraciadamente en clave escatológica (con una perspectiva al futuro).
De alguna manera es entendible de acuerdo a nuestra finitud y comprensión de nuestra dependencia del cuidado de Dios (o como dijera mi padre, en esos casos, ya no hayamos a Jesús por los rincones).
Cabe mencionar, y no a manera de consuelo, que hace poco más de diez años, nuestro país sufrió en carne propia una epidemia si no catastrófica, sí con consecuencias muy tristes donde tuvimos que lamentar las muertes de cientos de seres humanos, lo que obligó a las autoridades, prohibir por más de dos semanas las reuniones incluso religiosas. Me refiero a la epidemia de influenza estacional del 2009 con el virus AH1N1.
Mencionaba que era paradójico y triste que únicamente en estas circunstancias nos viniera a la mente algo relacionado con el Reino, en relación con la segunda venida de Jesús. Esto porque perdemos el real sentido del mensaje de Jesús. Pasamos por alto el sentido de trascendencia de la declaración que en su persona (la de Jesús), el Reino de Dios se había acercado, o mejor dicho había entrado en la historia del hombre. Y digo en la historia del hombre, porque su Reino, su ámbito de presencia y autoridad, como Él, es inconmensurable, eterno, sin principio ni fin.
Como bien lo entendió el salmista, su reinado es eterno ("tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino Sal 45:6").
En esa perspectiva futurista y apocalíptica, hemos olvidado o no queremos entender que el Reino de Dios está ya entre nosotros. Para ser precisos, el reinado de Dios no se limita al tiempo o espacio, es decir pretendemos ver fronteras geográficas, como lo entendemos nosotros.
Esto porque pretendemos humanizar y limitar el reinado de Dios a un límite conceptual desde nuestra perspectiva.
Sin embargo, olvidamos que Jesús al principio de su ministerio declaró que el tiempo se había cumplido y el Reino de Dios se había acercado ¡esa era la buena nueva!, eso era el evangelio, nuevamente en sus palabras: pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el Reino de Dios (Mt 12:28).
No estamos hablado de la guerra espiritual, en donde se pensaría que Jesús sostenía una lucha contra esas entidades ¡no!, de lo que estamos hablando es de que el reinado de Dios se hace manifiesto cuando se desatan cadenas, cuando la sobrevivencia se convierte en vida plena ¿para qué pensar en un reino al futuro si en Jesús se hace realidad?
Es en esa realidad que tiene sentido como Él nos enseñó a orar, lo primero en esa oración (Mt 6:9-13) es la declaración de que su Reino viniera y se hiciera su voluntad, porque es precisamente cuando se hace la voluntad de Dios que su reinado, el de Dios es, ha sido y será presente, no sólo en el cielo, sino también en nuestro ámbito de existencia, la tierra, así termina Jesús esa oración (¡porque tuyo es el Reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos! Amén).
¿Qué tiene que ver el Reino con las epidemias, los coronavirus o la influenza estacional?, pareciera que Dios ha perdido el control y el caos se viene encima como la oscuridad en la noche, donde nuestros miedos salen a flote y queremos refugiarnos en promesas de un reino futuro, cuando en el presente es que el Reino de Dios debe evidenciarse por medio de sus ciudadanos, o sea nosotros, en boca de Jesús, somos la sal de la tierra, la luz del mundo.
¿Eso garantiza que la enfermedad o las desgracias nunca nos tocarán o las sufriremos? ¡No! Eso significa que aún en circunstancias difíciles, cualquiera que éstas sean, somos más que vencedores, aún en la muerte, ya que Jesús la venció con su muerte, para que tengamos vida y vida en abundancia.
Por cierto, el profeta Habacuc viendo cómo se acercaba la destrucción del reino donde vivió, vislumbró la realidad del reinado eterno de su Dios y confiando en esa certeza declaró: Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación (Hab 3: 17-18).
B. M. Ulaje <><
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