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  • Foto del escritorMyrna Ventura

¡Fiesta en los Cielos!

Gracia y paz amados hermanos. ¡Qué tremendo gozo el que Dios nos regaló al ver a nuestros nuevos hermanos descender a las aguas del bautismo! Hemos sido testigos de cómo el Señor sigue añadiendo a su iglesia a todos aquellos que han de ser salvos.

Hoy quiero hacer una pausa en la serie que recién empecé titulada “entrégale a Dios...”, para reflexionar en este importante evento que tuvimos el sábado pasado, como un especial para confirmar la fe de todos aquellos que tomaron esta gran decisión y animar también a aquellos que no lo han hecho.

El apóstol Pablo habló a los romanos:

Pues hemos muerto y fuimos sepultados con Cristo mediante el bautismo; y tal como Cristo fue levantado de los muertos por el poder glorioso del Padre, ahora nosotros también podemos vivir una vida nueva. Romanos 6:4

A lo largo de tu vida, tendrás que tomar decisiones que van desde lo que vas a vestir, que vas a comer, qué vas estudiar, o con quién compartirás tu vida. Pero indudablemente, la decisión más importante que haz de tomar es tu bautismo.

¿Por qué es tan importante tomar la decisión de bautizarse? Porque cuando bajamos a las aguas, estamos proclamando el mensaje del Evangelio. Jesús murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó. Al unirnos al bautismo, nos identificamos con Él. Romanos 6: 4 dice que hemos sido sepultados con Él a través del bautismo en la muerte. Ahora estamos muertos al poder del pecado. Ser levantado del agua expresa nuestra nueva vida en Cristo y nuestra unión con Él.

Aunque el bautismo no te salva (la salvación viene sólo por fe. Efesios 2: 8-9). Este acto es tu testimonio personal y la garantía interna de tu paso de la antigua vida que llevabas a la nueva existencia en Cristo.

Tu bautismo, también es una celebración de tu inclusión en la familia de Dios. Representa lo que sucedió en el momento en que Dios te adoptó como su hijo y ahora formas parte de su gran familia.

Para llegar a formar parte de la familia de Dios hay una única manera: nacer de nuevo. Con el primer nacimiento formamos parte de una familia humana, pero nos convertimos en miembros de la familia de Dios con el segundo. Dios nos ha dado «el privilegio de nacer de nuevo para poder pertenecer a la propia familia de Dios».

Tu familia espiritual es aún más importante que tu familia física, porque durará para siempre. Nuestras familias en esta tierra son dones maravillosos de Dios, pero son pasajeras y frágiles, en ocasiones divididas por el divorcio, la distancia, la vejez e, inevitablemente, la muerte. En cambio, nuestra familia espiritual; la comunión con los demás creyentes, continuará por toda la eternidad.

La invitación a formar parte de la familia de Dios es universal, pero hay una condición: tener fe en Jesús. La escritura dice: «Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús».

El bautismo anuncia públicamente al mundo: Dios es mi Padre, y no me da vergüenza ser parte de su familia” porque Él no se avergüenza de mí:

Por lo tanto, Jesús y los que él hace santos, tienen el mismo Padre. Por esa razón, Jesús no se avergüenza de llamarlos sus hermanos. (Hebreos 2:11 NTV).

¡Deja que esta increíble verdad inunde tu vida!; Jesús con su sacrificio te ha hecho santo y Dios está orgulloso de ti.

Así que, ser incluido en la familia de Dios es el mayor honor, el mayor privilegio que tú y yo recibiremos. No hay nada que se le compare. Hoy puedes agradecer al Padre que te haya incluido, que haya puesto sus ojos en ti…que te haya hecho Su hijo.

Ahora bien, una vez que has sido bautizado, es importante que crezcas. Dios no quiere que seas un bebé espiritual toda tu vida. Él desea que alcances la estatura de la plenitud de Cristo.

hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios, y alcancemos la edad adulta, que corresponde a la plena madurez de Cristo. Efesios 4:13

El asunto es que no puedes hacerlo por tu propia cuenta. Los bebés no crecen solos. Necesitan una familia que les procuren los cuidados necesarios para crecer y vivir. Así también tú, necesitas una familia que te de soporte espiritual, necesitas alguien cerca que te ayude a crecer y madurar en Cristo. La iglesia es el instrumento que Dios usa para cubrir estas necesidades.

Ser parte de la familia de Dios es la mayor bendición dada a los creyentes. No podemos ni debemos vivir sin estar unidos a nuestros hermanos, pues es ahí, en la comunión con los santos, donde Dios envía bendición y vida eterna. (Salmo 133).

¡Gracias a Dios por este don maravilloso! Gracias a Dios por nuestros pastores que nos capacitan para hacer nuestro ministerio, gracias a Dios por los líderes, maestros y todos aquellos que nos ayudan a crecer para que después de ser restaurados, formados y edificados hagamos lo mismo con aquellos que nuestro Padre nos regale como nuevos hermanos.

Todos somos llamados a ser hijos e hijas del Dios viviente como dice Romanos 9:25-26 ¡respondamos con fe a su invitación si aún no lo hemos hecho!

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