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  • Foto del escritorMyrna Ventura

Entrégale a Dios tu culpa

En días pasados, hemos hablado un poco sobre la importancia de soltar el resentimiento; de perdonar a otros el daño causado. Hoy quiero hablar sobre otro aspecto del perdón que va dirigido hacia uno mismo al experimentar culpa por una falta cometida.

La culpa, es un castigo que nos auto-imponemos por un error del pasado. Sobran motivos para sentirnos culpables, puede ser por una mala decisión tomada, o al contrario; porque no fuimos capaces de tomar una decisión cuando ameritaba. Quizá algo que no debimos haber dicho, o porque callamos cuando debimos hablar, quizá porque actuamos de alguna manera o tal vez porque no lo hicimos. Puede ser porque no vimos el peligro en una decisión o porque lo vimos y no corregimos.

Todos hemos hecho cosas malas que nos han dañado a nosotros mismos, han dañado a los demás o lastimado el corazón de Dios. Somos imperfectos, esta es la verdad. Cada uno de nosotros tiene una buena razón para sentirse culpable. Todos tenemos que lidiar con el sentimiento de culpa. ¡Nadie hace todo bien!

Hablando sobre la culpa, Oscar Wilde (escritor irlandés) comentó: el hombre puede soportar las desgracias accidentales que llegan de fuera. Pero sufrir por propias culpas, esa es la pesadilla de la vida.

La culpa te paraliza, te bloquea, te impide seguir adelante, te hace esclavo del pasado y bloquea tus pensamientos; así, cada vez más y más te sume en ese círculo vicioso de auto conmiseración con el que se alimenta el resentimiento hacia ti mismo. La culpa también sabotea cada intento por perdonarte a ti mismo.

Cuesta tanto trabajo perdonarse uno mismo porque hemos implicado una mala acción con nuestra persona; con lo que somos. Así, dejamos de ser una persona que cometió un error para convertirnos en una persona “mala” - Sentirnos culpables implica sentirnos inadecuados, malos e indignos. De esta manera, no se trata solo de enmendar el error, sino que queda comprometida nuestra identidad.

La Biblia da especial importancia al tema del perdón. A través de ella podemos ver cómo los “grandes” hombres y mujeres de la fe cometieron errores y, cómo Dios los perdonó y restauró. Sus historias nos muestran por un lado nuestra debilidad ante el pecado, el amor y la gracia con la que Dios nos levanta, por otro lado.

La condenación por el pecado no es de Dios. Si no creemos que su amor es tan grande que puede no solo cubrir nuestro pecado, sino borrarlo, estamos dudando de la esencia misma de Dios y le hacemos a Él mentiroso. (Él es amor. 1ª. Juan 4:8)

Permíteme aclarar esto: Dios te perdona no porque seas bueno sino porque Él es bueno. Él es un buen Dios, y tiene un buen plan para ti, incluso cuando lo arruinas a lo grande. ¡Nada puede separarte de su amor! (Isaías 53: 5-6).

Si no estás completamente convencido de que su amor es tuyo completa e inalterablemente, siempre estarás huyendo de su presencia, te centrarás en tu actuación, temiendo todo el tiempo su ira. Medita en esta porción de la Biblia:

"Amados, ahora somos hijos de Dios" (1 Juan 3: 2). Esto es lo hermoso del evangelio; te libera no sólo de lo que la gente piensa de ti, te libera de lo que tú mismo piensas de ti. En otras palabras, tú no eres lo que otros ven o juzgan de ti, tampoco eres esa persona a quien juzgas tan duramente frente a un espejo. Eres esa persona a quien Dios ve como su amado hijo y de quien se siente muy orgulloso. ¡No dudes de su amor! Mejor entrégale tu culpa.

Así que, si la culpa por algo que hiciste en el pasado te atormenta.

1.- Confiesa tu pecado a Dios. Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. 1ª. Juan 1:9

2.- Confía en el carácter de Dios. Dios es amor y es misericordioso, en lugar de huir de su presencia, acércate confiadamente al trono de su gracia. Hebreos 4:16

3.- Acepta el perdón de Dios. Deja de luchar con tus fuerzas y acepta lo que Dios te ofrece.

Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a

ser como blanca lana.

Isaías 1:18

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