Sal 42:1 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. 2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? 3 Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? 4 Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. 5 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. 6 Dios mío, mi alma está abatida en mí; Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar. 7 Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí. 8 Pero de día mandará Jehová su misericordia, Y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida. 9 Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? 10 Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios? 11 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
Como comentamos alguna vez, los salmos, himnos en realidad, tenían diferentes propósitos en su composición, de los más conocidos, los de alabanza, de acción de gracias, de súplica, los salmos reales, y otros menos conocidos como lo son contra los jueces o los de la ley, de entronización o de peregrinación.
Con lo que respecta a los salmos de súplica, estos se dividían (igual que los de acción de gracias), en súplica individual o nacional.
Los de súplica nacional, tenían como propósito, como su nombre lo dice, elevar una súplica, una petición a nombre o en nombre de todo el pueblo de Israel (recordemos que la religión israelita, es una religión nacional, Jehová es el Dios de Israel, solo de Israel).
El salmo 42, que se clasifica como de súplica nacional, lleva consigo la súplica desde lo más hondo del alma del salmista, su petición no puede ser más personal, pero con ella acompaña a todo el pueblo, a su pueblo.
La desgarradora desesperación de la sed, se ve sublimada cuando quien la sufre es un animal por demás vulnerable, un siervo. El salmista se asume en esa desesperación llevada a lo sumo, sufrida desde la vulnerabilidad, desde la indefensión, así es el grito del salmista y de Israel.
No fue suficiente su condición prominente para evitar la tragedia, las risas y las alabanzas quedaron atrás, lo que se cierne es la tragedia y la desesperanza, por eso la única esperanza de salvación es su Dios, de él y de su pueblo.
Sin embargo, al final del salmo, el escritor se aferra a su fe, en la confianza de que su Dios y el de su pueblo estuvo, está y estará ahí, a pesar de todo.
¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
Nunca más cercano este salmo para acompañarnos en los momentos de tribulación, de desesperación, los momentos en que sentimos la desgarradora sensación de la aridez, de una desesperada sed, cuando sentimos que la vida se nos va, el agua no está al alcance, no hay más esperanza, sino en nuestro Dios.
Por eso Jesús nos afirma y nos confirma en esa certeza: En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva (Jn 7:37-38).
Estas últimas semanas han sido muy difíciles en la comunidad, la perdida de seres queridos o las malas noticias se han cernido sobre ella, y muchos fuera de ella preguntarán ¿Dónde está su alegría, sus grandes logros?
Desde la teología retributiva, este momento se podría interpretar como un abandono o castigo, nada más erróneo, desde el evangelio, esto es la señal inequívoca del seguimiento de Jesús. Qué mayor abandono se podría ver de parte de Dios al dejarlo morir en la cruz, desde la más desgarradora sed, Jesús clamó ¡Dios mío, por qué me has abandonado!
¿De verdad lo había abandonado?, ¡jamás!, fue su amor por su creación, por nosotros, por usted y por mí que el dolor de Dios fue la mayor prueba de fidelidad para con su creación, por nosotros, por usted y por mí.
El salmo 42 nos da esperanza, la palabra de Jesús nos da certeza, complementándose y siendo actual y pertinente ayer hoy y por los siglos.
Confiemos pues en la palabra de ayer, hecha actual para calmar nuestra sed en los momentos difíciles, cualquiera que estos sean.
¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
B. M. Ulaje <><
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